Resumen Brasil Medio Ambiente

I Pre Cumbre del Clima Copenhage 2009

“Brasil juega un papel fundamental en el debate global sobre el clima, al ser actualmente el cuarto mayor emisor de gases de efecto invernadero del planeta. Además, ocupa una posición importante en el combate a las alteraciones climáticas al estar entre las 10 mayores economías del mundo. La deforestación y el mal uso de la tierra, sobre todo en la Amazonia, son responsables por el 75% de las emisiones brasileñas. La destrucción de la Amazonia libera más de 800 millones de toneladas de dióxido de carbono al año. Brasil necesita comprometerse con las metas de reducción de gases de efecto invernadero, eliminar la deforestación de la Amazonia hasta 2015, promover las energías renovables y alternativas y establecer una red de áreas marinas para proteger los océanos”. Greenpeace, 16 de enero de 2009.

En este contexto debemos entender, por ejemplo, la entrevista al actual ministro brasileño Carlos Minc en la revista Teoría y Debate, resaltando la fijación de las metas de reducción de la deforestación, el plan nacional del cambio climático y la apuesta por las tecnologías limpias. Esto es, recordando a las teorías del mainstream, el problema se resume a: una cuestión de mejora de las tecnologías, planificación adecuada y negociación internacional.

Sin embargo, la otra cara del problema, que implica a la sociedad, aunque citada por muchos, es más evidente en las palabras de Paulo Brack. La solución más profunda está en una sociedad muy distinta: “Un nuevo modelo tal vez deba ser el que compatibilice el progreso económico con la desacumulación, lo que es realmente más ecológico. El desapego a la sociedad de consumo y de la acumulación es la postura más justa y verdadera” destaca el profesor universitario de la Universidade Federal do Rio Grande do Sul. Así, para entender una hipotética aportación genuína brasileña al problema global sobre el medio ambiente, debería hacerse un análisis sincero sobre su sociedad, sus pautas de consumo y sus modelos de vida. Seguramente, el denominado “poscapitalismo” donde otros valores empiezan a considerarse, es una corriente aún lejana de las sociedades en pleno proceso de “capitalización” donde el incipiente progreso pasa aún por etapas de un anhelo de consumo desmedido…

“¿Pero no tendrán los pobres derecho a capitalizarse?”, pregunta frecuentemente cuestionada en este cruce de acusaciones del contexto internacional. Efectivamente, una demanda legítima. Si no fuese porque va de la mano de una corriente de pensamiento (moralizante) completamente opuesta.

Así, algunas tradiciones políticas se mezclan en el debate obscureciéndo los objetivos globales en esta lucha del “quién tiene más derecho a contaminar”. La acusación a los países más ricos, no sólo de máximos contaminadores, sino de sociedades que culpan a los más pobres de los problemas globales ambientales a los que nos enfrentamos (especialmente marcados por los desafíos demográficos que hacen insostenible nuestro crecimiento, siendo que las máximas expresiones de este crecimiento están en los países menos desarrollados), tiene otra cara de la moneda. Si se pretenden revelar tendencias xenófobas o racistas en el seno de las sociedades más desarrolladas, en una expresión, quizás exagerada, de eco-fascismo, la versión opuesta existe en los países en vías de desarrollo en aquel que podría ser igualmente bautizado como eco-marxismo.

Pero no el marxismo teórico, sino sus expresiones más prácticas, por todos conocidas, y su reduccionismo más populista: “la culpa es de los ricos”. Si pretendemos hallar el reflejo de los totalitarismo europeos en actitudes actuales de rechazo al crecimiento de determinadas poblaciones… el reflejo de los totalitarismos marxistas es aún más evidente, en sus proporciones cuantitativas, en las corrientes de pensamiento de los países en vías de desarrollo. Pues, si algo tienen en comun los fascismos y los marxismos del S.XX es haber sido clasificados precisamente como totalitarismos por sus características similares: el pensamiento único, su reduccionismo analítico, su débil crítica (autocrítica y aceptación de la ajena)… y su peligroso expansionismo.

Así, entrando en la línea de las analogías, piénsese en un pueblo de un marcado resentimiento, súmensele unas ansias de progreso desmedido y un fuerte nacionalismo. Piénsese en una sociedad con marcadas características racistas y segregación social. Una última observación, generalmente común, una religiosidad sin fisuras. Cualquier historiador vería el potencial destructivo de esta combinación. Y después de hallar sus paralelismos en la historia, continúese sin temer a los nuevos gigantes emergentes.

Especialmente a nivel medioambiental, el potencial destructivo de estas ansias de progreso dejan en evidencia la legitimidad moral que reclaman y revelan una mayor complejidad en las políticas de desarrollo. Véase por ejemplo el mercado de créditos de carbono donde ese “eco-marxismo” de los “ricos-contaminadores” no revela que los tres principales países beneficiarios de dicho mercado (China, India y Brasil) son los responsables por casi el 30% de las emisiones de CO” del planeta.

La tendencia de los países más desarrollados a la reducción de emisiones, y la tendencia de los países emergentes a aumentarlas, suele quedarse oculta en una fácil acusación moral. Mientras tanto sus sociedades practican la más brutal forma capitalista de acumulación de riqueza y consumo.

Esto se revela claramente en las palabras de Paulo Brack cuando preguntado por el papel de Brasil en la conferencia de Copenhague. Recordando el ejercicio de historia anterior: progreso desmedido y nacionalismo.

“Brasil, representado por su gobierno, considera que las soluciones para la reducción de los gases de efecto invernadero, como el CO2 y el metano, pueden interferir en su desarrollo” resume Brack, añadiendo más adelante: “el gobierno de Lula ya ha demostrado en numerosas ocasiones que solamente actua ante las demandas ambientales por la visibilidad internacional”.

Entendiendo nacionalismo, no como la necesidad de pertenencia a un grupo (quizás intrínseca al ser humano), pero sí los grados de distanciamiento entre la construcción de un imaginario colectivo y la realidad. Esta graduación, que en los casos más notables, revela lo que podríamos considerar un acentuado nacionalismo. Y que en el caso brasileño se observa perfectamente de forma simbólica en el eslogan escojido por su presidente para presentar la candidatura a ciudad olímpica: “la ciudad más feliz del mundo”. La construcción de una imagen internacional por encima de las realidades económico-sociales y la visión, no global, pero sí en escala nacional de los problemas medioambientales, se observa también en las palabras de Brack: “Estamos destruyendo la Amazonia y el cerrado, emitimos gases de efecto invernadero (…) pero la pauta ahora es la copa del mundo y las olimpiadas”.

¿Cuál es la función de Brasil a nivel internacional? ¿Cual la función de los llamados países emergentes? ¿Qué emerge relamente? ¿Alguna novedad? ¿Qué esperar de una sociedad que sataniza en la teoría e imita en la práctica los mayores excesos del mismo modelo?


II Pos Cumbre del Clima Copenhage 2009

Simplificando, de una forma pedagógica, innecesaria quizás, hay dos acciones diferenciadas para entender gran parte de las negociaciones internacionales en materia de medio ambiente: la emisión de gases de efecto invernadero; y la elaboración de proyectos subsitutivos de la emisión de dichos gases. En base a esta separación, el protocolo de Kyoto estableció una forma de medir a los países separándolos en cuotas contaminantes (grados de emisión de gases) y estableciendo un mercado, denominado mercado de créditos de carbono, donde los proyectos substitutivos de la emisión de dichos gases podrían ser comprados por los países que superasen sus cuotas para equilibrar matemáticamente sus emisiones permitidas. De esta forma se separaron los países del planeta en contaminadores compradores de créditos de carbono, y menos contaminadores, potenciales vendedores de proyectos de sustitución de dichos gases. Esta separación es relevante para la coyuntura actual por varios aspectos:

Por un lado, esta separación conceptual entre emisión de gases y proyectos sustitutivos de la emisión de los mismos, es fundamental para entender la postura brasileña. Brasil ha alcanzado actualmente cuotas de emisión de los países industrializados, y en ese sentido llevó a la conferencia sus propuestas de reducción. Pero en paralelo, la expresión “si quieren conservar la Amazonia, que paguen” responde a la filosofía del protocolo de Kyoto, entendiendo la conservación de una masa vegetal como un proyecto cuantificable en el mercado de créditos de carbono. Es decir, un árbol puede resumirse en dos actitudes: su combustión produce X CO2, y su no combustión substituye X cantidad de emisión de CO2, a semejanza de un proyecto solar, eólico, etc. Concretando, la Amazonia es el principal activo de Brasil, sumidero natural de las emisiones del planeta. La postura es clara: si el mundo se quiere beneficiar de este sumidero, debe pagar. A cambio Brasil ofrece cortar sus emisiones alrededor de un 40% y la deforestación de la Amazonia en un 80% hasta 2020.

Por otro lado, el hecho de establecer dos listas inmobilizó los grados de contaminación, o la presunción de contaminación, atribuibles a unos y a otros. La realidad es que, algunos lustros después del protocolo de Kyoto, tres países monopolizan el mercado de créditos de carbono, habiendo alcanzado cuotas de emisión de los países de la primera lista. El caso de China es el más llamativo, pero la acompañan India y Brasil. A lo largo de la conferencia se verían movimientos negociadores en dos direcciones: la defensa del actual statu quo de Kyoto por los más beneficciados por él, y el intento de actualización de los países más desarrollados.

El rumbo de las negociaciones en Copenhague mostró la dificultad para llegar a un acuerdo. En un artículo durante la conferencia, Compromisos de Copenhague: ¿nos obligan o no?, el ex presidente de Chile, Ricardo Lagos, explicaba claramente los motivos del bloqueo, esto es, alcanzar un acuerdo jurídico vinculante o una simple declaración de compromisos politicos. Este temor llevó a la reivindicación de algunos países africanos que llegaron a ausentarse simbólicamente de la mesa de negociación reclamando un regreso al protocolo de Kyoto en el intento de obtener una vinculación como resultado final. Pero el problema radica, como señalaba Lagos, en que “la clasificación realizada en Kyoto entre Países Anexo I y Países no-Anexo I, responde a una realidad histórica, tecnológica y económica que ha cambiado drásticamente a lo largo de la última década. La China, India y Brasil de hoy, no son la China, India y Brasil de hace 12 años”. Explicaba el ex presidente “los Países no-Anexo I rechazan revisar esta categorización. De esta manera, se niegan a que ciertos países en vías de desarrollo queden fuera de esta categoría y que, por lo tanto, se vean obligados a reducir sus emisiones de dióxido de carbono. China es uno de estos países.

Estos tres gigantes (¿emergentes?) lideran la representatividad de otros países con los que ya nada o poco comparten en lo referente a niveles de contaminación ambiental. Con anterioridad a Copenhague se reunieron para uniformizar posturas en un intento de unidad que se vería debilitado durante la conferencia, o al menos cuestionado, por aquello que ya no es una unión natural. La contribución económica al fondo para los países menos desarrollados, iniciada por los compromisos europeos, a la que aspiraban muchos países pertenecientes al denominado G77, sería la herramienta de Estados Unidos para cuestionar la postura China. El país norteamericano ofrecía importantes sumas a cambio de una mayor transparencia del país asiático, trasladándole la presión y amenazando la unidad de un grupo donde la mayoría ambiciona unos fondos que pueden estar comprometidos por la postura de alguno de los propios componentes del grupo. Transparencia, ademas, solicitada también por los países europeos donde algunas voces reclaman el mismo seguimiento estricto al que se somete la UE en la evaluación de sus niveles de contaminación ambiental (insinuando que otras cifras estarían sobre la mesa si algunos países no hiciesen sus informes cuando y como les conviene...)

Y es aquí donde la delegación brasileña, faraónicamente presente en la conferencia, intenta mantener: por un lado su “representación de los más pobres”; y por otro el diálogo con los “menos pobres de los más pobres” para evitar una ruptura.

La fuerza política de Brasil está en la polarización entre ricos contaminadores y probres no cantaminadores, pero... ¿cómo mantener la representatividad de un grupo perteneciendo al contrario? Cierto populismo político de algunos aliados (“si el clima fuera un banco ya lo habrían salvado” gritaba un dirigente latinoamericano) ayuda facilmente a esa polarización, al mismo tiempo que la comprometen los excesos de China. La llave está en encaminar al aliado asiático y mantener el escudo africano de los más pobres para hacer más dinero y hacer la mayor caja posible.