Me he apuntado al gimnasio, a natación y a francés. Me falta la falda de cuadros y los calcetines blancos hasta las rodillas.

Hoy me he puesto la guayavera rosa que me regaló Lupe que, por muy étnica que sea, no me ha quitado la pinta de british en Egipto de Muerte en el Nilo. Más aún como la llevaba, abierta sobre mi fondo monocolor de pantalón y camiseta gris. Una combinación que delata. Basta de hacer el nativo por un día.

Y así, muy foránea y muy europea me ido a comer a un café del centro con mi novela hispanoamericana bajo el brazo, pagada a precio de oro, por cierto, en la libería de la escuela de idioma. Juan Rulfo, en homenaje a la guayavera de Lupe.Pero qué violencia emana ese hombre.

He llegado despacito en mis chancletas. Porque estoy aprendiendo a andar despacito y también a andar en chancletas. Lo de la lentitud es una forma de vida, y aunque es un tópico también, me estoy esforzando en hallar la belleza de las cosas que me rodean a base de observarlas, con mucha luz y mais devagarinho. Me estoy esforzando, no me esfuerzo. Con gerundios y sin compromisos.

Lo de las chancletas se ha convertido un aprendizaje también, aleccionarme en todo tipo de terrenos. Porque no son lo mismo las chancletas del verano en Europa(aaaaaa), que las del sol, la lluvia, el asfalto y el cruza la calle con o sin semáforo. Por increíble que parezca, me tropiezo y me bamboleo igualito que si estuviera aprendiendo a hacerlo con tacones. Pero lo intento. Siempre me pareció un símbolo del sueño americano el pie renegrido de una chancla. Claro que aquí, de pié renegrido nada. Pintado y requetepintado. Envuelto en colonias y expuesto a cada paso que dan estas mamaSitas que parece que cuando caminan van posando los pies igualito que Audrey Hepburn cedería su mano. Béseme usted el piececito -parece que cantan-... que no vale mas que un reaaaaaaal...


Y así sentada en los ventanales de mi café, me he dado cuenta de que esto no es el realismo mágico ya. Pero se le parece. O mejor, se le puede encontrar si se observa con cuidado. Todavía hay escarabajos de colores, que aunque no son mayoría por la globalización, por el ordenado progreso o el progresado orden, qué sé yo, aún abundan por ahí. Los restauran, los pintan (requetepintan como los pies) y de ellos se bajan muchas chancletas en las gasolineras.

El manifiesto comunista que tiene mi compañero de piso al lado del retrete, me imagino que para leer mientras hace sus necesidades, es otro detalle de esas cosas que se pueden observar despacito y sacar de contexto como me gusta a mí. Pero caramba, qué sacar de contexto, ahí está muy contextualizado y muy bien apiladito mi manifiesto comunista. He imaginado, quizás precipitadamente, que es para lectura, aunque confieso que no he observado si le faltan algunas páginas de dentro y se usa para otra cosa. Comparte bidé con un tratado de ecología. Me sobrepasan las metáforas que me invaden pensando en el reciclaje.


Como me sobrepasa la oferta de trabajo de mi compañero de clase, el que me pidió que le trajera semillas de lechuga de mi viaje a España y que cree que el máximo exponente de mi país son las producciones de melocotón. Y no es que no reconozca cierta maldad en exponerlo de esta manera, pero la oferta laboral de calzar un treinta y cinco de pie, no tiene contextualización posible. Lástima, calzo un treinta y ocho. Qué pena, buscaban a alguien con un treinta y cinco y me acordé de que querías trabajo.

Así que no preocuparse aquí ando yo, hallando el encanto despacito. Mágicas son algunas cosas. Reales también. Y surrealista todo.