Portugués de tanga V

Yo había tenido mis dudas sobre un famoso acuerdo ortográfico que había pretendido unificar el portugués. Este tratado pretendía dar una visión unitaria al mundo de la lengua usada en Portugal y los países que en su día fueron sus colonias. Era por todos sabido que el acuerdo sobreponía la política internacional (y un interesante negocio editorial no desdeñable) a las necesidades realmente lingüísticas. Además de contener un favoritismo a la "moda brasileña" de usar la lengua.

Yo había tenido mis dudas por mi convicciones evolutivas y flexibles de la lengua que me habían llevado a aceptar con naturalidad, y hasta afecto, a las otras formas de hablar el castellano en América. Pero eso nada tenía que ver. No era una evolución, sino una involución.

No debía confundirse mi flexibilidad para aceptar palabras o expresiones latinoamericanas con la flexibilidad sonora de cambiar la forma de escribir para adecuarla a una fonética local. Así, las películas en Brasil llevan "dUbladas" desde hacía mucho tiempo. E por aí fora... Cuál el límite de ieste camino.

Tampoco se trataba de aceptar ciertos cambios de género o número como el "la pasaste bien" frente a "lo pasaste bien" o "lo pasaron bien"... Sino del "para mi enteder", "para ti fazer", porque "nois vamo a la casa di lanche".

Pero no era tampoco lo escandaloso de eliminar algunas consonantes y por tanto las raíces verbales de las palabras, como aludían los puristas de la lengua lusa opuestos al acuerdo...

¡No se trataba de un acuerdo! ¡Lo que Brasil necesitaba era una corrección ortográfica! ¡Colonialismo lingüístico! ¡¡O independencia!!!

Portugués de tanga IV

El brasileño era un reto inesperado. Forzado. Pues, al contrario de los citados, este pueblo no comprendía su lengua madre. Así como el mexicano entiende al castellano y el arentino al mexicano y al castellano y éste último a los otros dos, el brasileño nada o poco capta del portugués.

Exige, con asombroso desdén y falta de pudor, ser tratado en sus propios términos. Y osa reprochar al castellano hablante su incapacidad para aprender el brasileño. Ignora la explicación fonética que dificulta a las lenguas con menor variedad sonora el aprendizaje de un mayor repertorio fonético, como a él mismo le ocurre con el portugués. Ignorante en todos los sentidos, posee una soberbia asombrosa en materia lingüísitica (entre otras).

La puntilla la dan sus intentos de hablar español. Es un pueblo de contradicciones constantes. Y gusta de practicarlas también con su egocentrismo lingüístico al que somete a ridículas exposicones cuando se empeña en hablar castellano.

Un portugués, al encontrarse con un "hermano" y constatar su nacionalidad, intentará hablar la lengua de Cervantes (para después quejarse a gusto de la incapacidad de éste de hablar la lusa). Pero, si por sorpresa, resulta que el español le contesta en portugués, se sorprenderá al principio, pero se congratulará finalmente y continuarán la conversación en la lengua de Camões.

El brasileño, cuando empeñado en chapurrear el español, nada le hará desmontarse de tal propósito, aun cuando interpelado en su misma lengua. Y se mantendrá aferrado a su argentiñol durante toda la conversación. Fascinante.

Portugués de tanga III

"Yo que soy blanco, sufro con tamaña ignorancia" había dicho un conocido jugador de fútbol de marcados rasgos negros. El cacao racial en que vivía el país provocaba salidas de esta naturaleza, además de una nueva clasificación, el "pardo", de puro indefinido para evitar tiranteces.

El caso es que yo también sufría tamaña ignorancia en materia lingüística. Con frecuencia se reprochaba a los portugueses el intento de pronunciación brasileña que solía resumirse a una serie de guturalidades exajeradas, fuera de sitio, y muchos gerundios. Como toda imitación, equivocada, y bastante ridícula, la verdad. Lo que ignoraban tanto los portugueses que acusaban a sus compatriotas de esnobismo lingüístico, como los propios brasileños que gozaban (en ambos sentidos ibéricos) con las patéticas imitaciones de su lenguaje, era que se trataba de una cuestión de necesidad. De primera necesidad.

El brasileño, sencillamente, no entendía el portugués. No entendía sus introducciones formales, sus conjunciones verbales, su extenso vocabulario, sus prolongados números, y finalmente su fonética.

Un portugués en Brasil debía adaptarse y sufrir, no sólo tamaña ignorancia, sino tremenda humillación lingüística. Y lo que es peor: un encantamiento fatal.

Forzarse al brasileño dificultaba sobremanera el regreso al portugués. Como un contagio cuasi irreversible; una epidemia; una experiencia narcótico exótica cuyos efectos sólo podían comprenderse si experimentados en la propia carne; un conjuro chamánico.

Un trance en el que el luso parlante de repente enmudecía intentando volver a su lengua original incapaz de no emitir otra cosa que un gerundio tras otro, incapaz de reencontrarse con el verbo haber...Incapaz. Necesitado de una intensa rehabilitación.

Yo, que desde la infancia había demostrado una especial facilidad para las entonaciones asimilando desde el gallego hasta los acentos más sureños de mi país, así como otros allende mares, jamás en mi vida había tenido la sensación de riesgo de no poder regresar a mis orígenes.

Portugués de tanga II

En efecto, el pueblo brasileño era un pueblo verbófogo. Además de verborreico, lo que pudiera resultar contradictorio. Pero resultaban ser dos características compatibles: la capacidad de hilar conversaciones a golpe de guturalidades y la aniquilación de toda conjugación verbal.

El portugués de tanga tenía varias expresiones además de la reducción de los tiempos verbales al presente, pasado y futuro simple.

Así, los pronombres se limitaban en ocasiones a los posesivos, sustituyendo el "yo" por el "mi", o el "tu" por el "ti". Desde el "para mi fazer" de la limpiadora, al "para ti entender" del profesor. Quién sabe si una filosofía del lenguaje, en realidad, la sustitución del "yo" por el "mío". Yo no soy yo, yo no existo, si no es como poseedor...

También los números corrían una suerte de existencia particular. Solitarios, se expresaban por unidades, decenas a lo máximo. Ciento veintiséis era "um, dois, meia". Cuatro mil quinientos treinta y siete era un incomprendido de la sociedad brasileña que exigía la descomposición en "quatro, cinco, tres, siete". Desde recepcionistas hasta ejercicios contables de universidad.