I Día

"Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recodaba siempre el destino de los amores contrariados."

Las almendras ciertamente saben a amores difíciles, pero la intensidad del rechazo de morder una amarga no puede ser comparable con ningún tipo de amor... sino fuese del odio, que disque emana del mismo lugar.

Con la misma ansiedad de expulsar el fruto podrido de la boca, dejé atrás la frontera brasileña para adentrarme en los inciensos de las calles buonarenses. Un respirar que acabó enfermándome en una extraña mezcla de olores fugaces e imprevistos, calor, contaminación, la sombra del dengue acechando en la avalancha de mosquitos, y quizás la ansiedad de partir hacia el mar en busca de nuevos aires. A pesar de la hermosa ciudad que surca la cuadrícula céntrica de la capital argentina, donde se puede descansar a gusto de medio continente, la espera se hizo prolongada evocando siempre antiguos viajes de antiguas paciencias que el mundo moderno parece haber superado echándose a volar.

La avenida de los inmigrantes culmina hoy en la terminal de cruceros a donde llegan y de dónde se van las más altas élites de elípticos estómagos. Y allí donde otrora las mantas humedecidas trajeron a millares de los antepasados que hoy reciben a estos huéspedes actuales, allí culminó también el último escalón de este viaje de regreso. De este subirse a un monstruo desconocido de desconocidas dimensiones, con desconocidos acompañantes y más incierta travesía. De este anhelo de supervivencia, quizás el más placentero, el del regreso a lo amado.