Dificultades I

Ser extranjero en Brasil era ser delincuente. Terrorista, traficante, huido de la justicia la fin.

Cuando yo había dicho que esperaba no encontrar mucha adulación al europeo, tampoco me había referido al maltrato. Y como no se contemplaba que a ese lugar se pudiera ir por placer, todo se traducía en desconfianza.

Burocracias aparte, aquellas cuyo máximo exponente se consumó el día que me emitieron una factura por un real, sufría en mis carnes todas las dificultades que experimentaban los extranjeros en mi país. Sentía diariamente la hostilidad que en su momento han de sentir los inmigrantes. Con una diferencia. Yo sí tenía dinero. Pero todos los detalles, incluso los de aquellas élites con las que también había convivido, se repetían. 

Empezando por la lengua. Una incomprensión constante cada vez que abría la boca me fatigaba. Hasta el punto de no desear hablar y pedir las cosas por signos. Lo que tampoco andaba muy lejos de esa incoherencia de género, número y norma en general en el uso del portugués. La formulación del "tu" con el tiempo verbal del "usted" hacía un "tu tá", "tu vem", muy próximo al "yo querer esto" y poco más. 

Cualquier interacción con un nativo era una sorpresa para éste. Desde lo anecdótico a lo desagradable. Desde la anécdota, que tenía a todo tipo de comercios alrededor de mi pasaporte como moscardones divertidos, a las desagradables trabas que planteaba siempre una burocratización en extremo a la que no se ha configurado para casuísticas no nativas. 

"Pero este pasaporte, ¿dónde te lo han dado aquí en Brasil?" me preguntaba (ante mi estupefacción) una tendera cabreada porque no le coincidían los números con el documento que tenía en la mano. Buscando el número del pasaporte escribían el del carné de identidad, en la fecha de nacimiento escribían la de caducidad... A mi padre, de apellidos Merelo de Figueiredo, se habían empeñado en llamarle señor Marcelo ...de Figueiredo, por no leer el renglón de abajo donde figuraba el nombre. En fin. Un sin número de despropósitos para los que no admitían corrección alguna. 

Y una infinidad de obstáculos que me impedían la tranquilidad de los servicios básicos: no podía alquilar una casa, no podía tener una cuenta en el banco y no podía estar comunicada por un teléfono móvil. (Servicios básicos con perdón de otras eras).