Del centro al sur II

La Universidad era sin duda otro foco culpable del pomposo título, capital nacional de la cultura, responsable de los primeros intercambios estudiantiles. Aun sin saber exactamente cuánto tiempo llevaba recibiendo gente de fuera, era inevitable sentirse del grupo de pioneros extranjeros en aquel campus. Un poco antropólogo y un mucho inocente explorando tierras vírgenes de foráneos. 



Pero la sorpresa en el campus había de ser mayor: era un parque temático. Una ciudad entera con comercios y restaurantes. Al lado del departamento de relaciones internacionales había una tienda de lencería. La universidad ofrecía todo: piscina, zoo, cine, teatro y hasta bragas.

Todo se mezclaba, como la casa de la cultura, que parecía un ciber café ampliado. Y no era una impresión, sino una realidad que me había llevado a confundirla ignorando las exposiciones que había en su interior de autores nativos. Al final de la muestra una sala reunía una serie de cuatros alrededor de una temática: el himno nacional. El autor había plasmado a lo largo de diversos lienzos la cronología de las estrofas, pero a nadie se le había ocurrido pensar en observadores ignorantes de la letra y colgar el texto en paralelo. 

"Sois los primeros extranjeros que venís a la exposición" me explicaba una siempre sonriente muchacha a la que tuve cantándome el himno nacional en el centro de la sala apuntando a los cuadros a cada cambio de escenario. Un servicio interactivo de lujo. 

Ahora bien, imagínese el lector, sea cual sea su origen, plasmar su himno en una serie de lienzos y seguro que ninguno es tan bonito como los paisajes refulgentes de Brasil.