Primeras impresiones III

Desafortunadamente, además de las curiosidades, estaba también el contacto con las primeras dificultades. Y entonces me llenaba de ácido sarcástico para explicar un problema al que empezaba a coger verdadera inquina y me tenía en un sinvivir: las rayas.

Empezaba a creer que eran una cuestión de estética urbana. Los pasos de peatones se resumían a unas líneas pintadas en el suelo, quizás por acabar con la monotonía gris del asfalto. Ser conductor en esa ciudad debía ser un gran placer pues poco parecían importar unas manchas blancas que alguien había esparcido por ahí. Los conductores sólo hacían caso a los semáforos para evitar choques entre vehículos. Pero en ausencia de semáforos, el paso de peatón era una excentricidad estética de pintores urbanos.
Por su parte los peatones ignoraban también a los semáforos, que tardaban eternidades en ponerse en verde, lanzándose al vacio en un cálculo peligroso de los movimientos de los vehículos en 360 grados alrededor. Salir a la calle, cruzarse con una nueva intersección, era un encuentro con la predicción, la psicología, los intermitentes (los verdaderos, los falsos y los ausentes), la combinación de colores de los semáforos de cuatro direcciones distintas... y mucho, mucho valor.

Otras rayas menos problemáticas eran las de los andenes del metro que indicaban el lugar de las puertas de los vagones y que alineaban a los viajeros a la espera del siguiente tren ...que nunca dejaba los accesos a la altura de las pintadas. Eso sí, un adorno muy bonito y una disciplina cívica muy curiosa formarse para tomar al suburbano.