Contando los días II

"Deja algo en abierto. No dejes todo cerrado" -me había aconsejado una amistad en mi afán por terminarlo todo. Hacía tiempo que arrastraba un compromiso de dejar las cosas listas para mi muerte, pues así veía yo mi subida a un avión, un encuentro con la muerte, al que debía acudir limpia y ligera de todo tipo de deudas para no sufrir en aquella máquina infernal y encomendarme a la suerte, libre, sin temores, sin culpas y sin remordimientos.

En cambio aquella frase me había hecho reflexionar y yo apuraba mis últimos días previos al viaje constatando la cantidad de cosas que dejaba en abierto. Ya había logrado el sello del Ministerio de Exteriores y en diez días me darían mi visado. Quedaba poco tiempo para la partida.

Pero quedaba en abierto mi proyecto de desarrollo rural integrado. Pomposo nombre para la empresa a la que había bautizado con el eslógan "vivir del aire" en mis investigaciones para "plantar" molinos de viento por doquier. Un cuento de la lechera que incluía la agricultura cerealística, una granja escuela para formación ecológico forestal, una explotación ovícola y un sin fin de produtos del ruralismo "new age" que yo iba a inaugurar.

No quedaban en abierto más proyectos profesionales. En la rama del periodismo, la prensa local había demostrado ser una aburrida explotación; y en la de la antropología varios años de convivencia directa y diaria con el pensamiento y las costumbres de los pueblos me habían acercado mucho más de lo que parecía a la experiencia emic-etic. "¿Para qué viajar al tercer mundo si ya lo tenemos aquí?" me solía repetir ante mis frustraciones con burocracias y ritmos de la provincia.

No quedaban proyectos profesionales pero sí una abuelita muy maltrecha que podía frustrar mis proyectos de exploración colonial y hacerme volver por navidades.