Primeras impresiones II

Me dedicaba a darme baños de abundancia. Y así, en mis paseos por el mercado y el centro de la ciudad me iba topando con las dificultades y las curiosidades de lo desconocido, de lo ajeno:

Curiosas eran las plataformas de los zapatos de las señoras, curioso el trato a los perros, una especie privilegiada a la que poner mantitas, coletas, llevar al spá canino, fitnes, psicólogo y un sin fin de cuidados. Abundaban estas mascotas, a la gente le gustaban. Era una ciudad de perros.

Cuirosas eran también las bicicletas. Me deleitaba con los modelos que veía por la calle. Había de dos tipos, la bicileta curranta que podía captar con mi cámara fotográfica porque generalemente esperaba un encargo que transportar en sus cestas a la entrada de algún comercio; y luego las biciletas de los ociosos, que pasaban demasiado deprisa y no me daba tiempo a recoger en imágeneas el desfile de los últimos gritos de la industria ciclista.

Coleccionaba también puestos de policía. A cada paso me encontraba una nueva sede ambulante de los guardias de la seguridad pública que tenían desde el puesto de churros, al puesto de helados, el de vigilancia de la playa...