Después de tres días caminando entre rascacielos ya me había acostumbrado a ellos y empezaba a notar los matices estéticos entre unos y otros. Al final se encuentra la belleza en todas partas, me decía, y yo acababa de hallarla en mis movimientos de cuello hacia arriba. Decidí coleccionar fotografías de estas creaciones arquitectónicas desnucadoras y hallé un verdadero entretenimiento en mis paseos.
Me había topado ya con mis primeras necesidades, aquellas que me harían pedir un envío a mi país de origen y esperar con ansiedad el paquete remontándome a siglos anteriores de encargos a la metrópoli. Y no es que Sao Paulo no fuera en el siglo XXI una gran metrópoli, es que había decidido suprimir los desodorentes clásicos y sucumbir al falso progreso de los "antitranspirantes", variedad que que había salido al mercado con posterioridad. Se trataba de un producto que impedía la sudoración y del que después se comprobaría su relación con el cáncer de mama y demás dificultades derivadas de someter al cuerpo a una disciplina antinatural.
Me había topado ya con mis primeras necesidades, aquellas que me harían pedir un envío a mi país de origen y esperar con ansiedad el paquete remontándome a siglos anteriores de encargos a la metrópoli. Y no es que Sao Paulo no fuera en el siglo XXI una gran metrópoli, es que había decidido suprimir los desodorentes clásicos y sucumbir al falso progreso de los "antitranspirantes", variedad que que había salido al mercado con posterioridad. Se trataba de un producto que impedía la sudoración y del que después se comprobaría su relación con el cáncer de mama y demás dificultades derivadas de someter al cuerpo a una disciplina antinatural.
No, Sao Paulo estaba a la última. Aunque yo tuviera que encargar una caja llena de desodorantes a Europa, Sao paulo no era un pueblo atrasado y maloliento. Tanto así que la farmacéutica me había dicho que hasta los desodorantes infantiles eran antitranspirantes y que me iba a ser muy difícil encontrar uno que no lo fuera. ¿Los desodorantes infantiles? No sabía si me sorprendía más descubrir que existían estos ungüentos para menores o si me aterraba la idea de aplicar este veneno a las criaturas.
La farmacéutica observó mi desconcierto entretenida pero indiferente. O mejor que farmacéutica debiera decir la dependienta de la "droga raya", que así se llamaban estos establecimientos. Y no es de extrañar teniendo en cuenta lo insano de sus productos.

Pero no dejaba de sorprender, la primera impresión era que la legalización de todo tipo de estupefacientes ya había llegado a Brasil... ¡y de qué manera se había institucionalizado!









Si eso era lo más cercano a una exposición antropológica que tenía la ciudad más productiva de Brasil, era poco. Pero había saciado mis ilusiones para ser un primer día y ahora sólo me quedaba ver indios de verdad. Con toda la artificialidad de traer al centro urbano un festival de pueblos de todos los rincones del estado, aquellos puestos ofrecían la característica que conmociona a los europeos: la abundancia.
No es la calidad de sus productos, ni lo desconocido que puedan llegar a ser. En el mundo actual la globalización ha llevado al indio con taparrabos y sus artesanías a todos los ricones del planeta, desde las grandes exposiciones de élites urbanas a la calle más concurrida de Benidorm.