Portugués de tanga IV

El brasileño era un reto inesperado. Forzado. Pues, al contrario de los citados, este pueblo no comprendía su lengua madre. Así como el mexicano entiende al castellano y el arentino al mexicano y al castellano y éste último a los otros dos, el brasileño nada o poco capta del portugués.

Exige, con asombroso desdén y falta de pudor, ser tratado en sus propios términos. Y osa reprochar al castellano hablante su incapacidad para aprender el brasileño. Ignora la explicación fonética que dificulta a las lenguas con menor variedad sonora el aprendizaje de un mayor repertorio fonético, como a él mismo le ocurre con el portugués. Ignorante en todos los sentidos, posee una soberbia asombrosa en materia lingüísitica (entre otras).

La puntilla la dan sus intentos de hablar español. Es un pueblo de contradicciones constantes. Y gusta de practicarlas también con su egocentrismo lingüístico al que somete a ridículas exposicones cuando se empeña en hablar castellano.

Un portugués, al encontrarse con un "hermano" y constatar su nacionalidad, intentará hablar la lengua de Cervantes (para después quejarse a gusto de la incapacidad de éste de hablar la lusa). Pero, si por sorpresa, resulta que el español le contesta en portugués, se sorprenderá al principio, pero se congratulará finalmente y continuarán la conversación en la lengua de Camões.

El brasileño, cuando empeñado en chapurrear el español, nada le hará desmontarse de tal propósito, aun cuando interpelado en su misma lengua. Y se mantendrá aferrado a su argentiñol durante toda la conversación. Fascinante.