Primeros pasos II

La primera mañana la emplearía en solicitar en el Ministerio de Justicia, concretamente en el departamento de "Penados y Rebeldes" la constatación de mi ausencia de pecado en lo primero, en lo segundo mejor ni preguntar. Veinticuatro horas justas tardaba la comprobación por lo que eliminaba la posibilidad de obtener un famoso tiket del super(consulado) para el segundo día y dejar el asunto zanjado. Habría que usar una tercera mañana. Pero la locura iba a empezar en la recogida de mis antecedentes penales en el Ministeior de Justicia.

“Aquí tiene usted su documento. Ahora tiene que ir al Ministerio de Exteriores y Cooperación a continuar su lealización”. ¿A continuar mi legalización?- exclamé con sorpresa ante la cara impasible de la funcionaria que asintió sin pronunciar una palabra más. Le repetí la pregunta con cierta sorna, pero no excesiva para que no lo notase y no se enfadara pues no hay nada peor que un funcionario molesto. “Entonces yo voy al Ministerio, llamo a la puerta y con este papel en la mano les digo: señores quiero continuar mi legalización”. No obtuve más explicación que un repetida afirmación monosilábica.

Salí de allí sumida en la consternación. Pero si yo no he hecho nada, me repetía atónita camino del metro. Era el acabose, el asunto había dado una vuelta de tuerca, un giro de ciento ochenta grados. La presunción de inocencia caía definitivamente fulminada. Si ya el “no constan” de aquel documento dejaba la duda en el aire, de pronto yo había pasado de no tener antecedentes penales a vivir en un estado de legalización inconcluso.

No me quiero ni imaginar qué hubiera sido de tener antecedentes. Me pregunto qué será de aquellas personas cuyos deslices adolescentes en una noche de alcohol manchen su historial para siempre. ¿Cuántos Ministerios tendrán que recorrer? ¿Obtendrán algún visado? ¿Podrán viajar alguna vez en su vida? En estos pensamientos me encaminaba al Ministerio de Exteriores.


Al Ministerio de Exteriores y tanto. Está tan al exterior, tan a las afueras, que los vecinos de esa zona norte de Madrid ya se han acostumbrado a contestar por la calle Serrano Núñez, bajando mucho, llegando a una glorieta, atravesando la M-30 mire usté y por allí ya pregunte otra vez. Desistí. Ni siquiera se vislumbraba en el horizonte después de veinte minutos andando. No llegaría a tiempo para esos horarios que son como las minifaldas: ya van por la prenda cinturón. Antes se abría sobre las nueve y cerraba sobre las dos. Esas eran las cifras aceptadas y con las que todos los exclavos de las oficinas contábamos. Pero de un tiempo a esta parte la atención al público se ha acortado unos centímetros por arriba y otro tanto por abajo dejándo de diez a una la franja en la que se debe morir en el nomadismo desenfrenado que obliga además a pernoctar tres jornadas en busca de la operatividad de esas tres horas diarias.