Primeros pasos I

Creo que es el momento oportuno para iniciar el relato de estas andanzas antes de haber pisado suelo, pues como El Antropólogo Inocente, hay un periplo previo que no puede ser omitido y yo me propongo asimilar sus pasos a los míos y tal vez demostrar cómo las cosas no han cambiado tanto desde que Barley se fuera con los dowayos africanos en 1978 y los obstáculos que aún hay que superar tres décadas después.



Me refiero, evidentemente, a todo el proceso burocrático previo a la partida que retuvo y entretuvo a nuestro antropólogo y a esta becaria inocente con sus homólogos mareos.



El consulado de Brasil ha de ser una extensión del país, por lo que me cuentan mis informantes. Una primera visita descubre que los famosos "meninos", una especie de chicos de los recados, también operan en este tipo de sedes. Y te ofrecen información y tramitaciones legislativas como camellos, abordándote: tengo nacionalizaciones, tengo traducciones juradas, certificados de nacimiento, declaraciones de residencia...



Información para solicitar un visado es todo lo que necesito y se apartan desilusionados dando paso a una funcionaria que atiende a una mujer sentada y desganada en la sala de espera. Parece un campamento de la Cruz Roja, con gente hacinada aguardando durante horas, meneando carritos de bebés, apoyados en las paredes, en el suelo... Todo porque el sistema de pedir citas consiste en que a las siete de la mañana se reparte a una marea de personas los tickets del supermercado sin los que uno no tiene derecho a entrar para pasar el día ahí metido esperando su turno.



La documentación requerida no presentaba excesivo problema a pesar de tener que garantizar la manutención económica durante el periodo del visado y tener que marear un poco al órgano concesor de la beca para que emitiera el aval necesario. Se sumaban también las cartas de invitación del país de origen y demás documentos de una política que se dice parte de la revancha por el trato que reciben los brasileños en los países “desarrollados”. Pero el problema se planteó con el certificado de antecedentes penales.



¿Qué problema? -se preguntaría un persona de impoluto expediente. Nada más lejos de la realidad que se avecinaba poniendo en jaque a más de un ministerio e improvisando un campamento mafioso en la capital. Con camiseta de tirantes blanca, interior, como los capos acuartelados, malcomiendo y mucho sudando (por desgracia también escuchando los muertos del mundo exterior en el accidente de Barajas) ocupé el apartamento de unos amigos durante el espacio de tres días con el único propósito de obtener mi certificado de antecedentes penales, en otras palabras de justificar una cosa inexistente, y solicitar así el visado en el Consulado. Un atrincheramiento determinado a no salir de aquella urbe sin mis papeles.