¿Dónde está la hermandad?

Dos no se pelean si uno no quiere... Y dos no se quieren si uno se empeña en pelearse. No hay hermandad posible.
No nos tratan con más simpatía que con la que miran a un rico: envidian, temen, y si pueden se aprovechan de él.
Ni con más educación que el que sonríe por delante y critica por detrás.
Num bairro que eu cá sei, fora de portas, comiam-nos os fígados.
No nos critican con más coherencia que la del odio resentido.
Y si alguna vez nos profesan algún tipo de amor, será el que les salga de su felicidad cotidiana. Nunca aquel cuajado en concesiones, dolores y respetos.
Estamos tan lejos de su corazón como ellos mismos de su propia historia.
Tan reprochable es nuestra ingenuidad hacia otras civilizaciones actuales como hacia esta realidad.

¡Sea pues! Dejemos de esforzarnos. Y saquemos ese orgullo que tanto les sirve para rechazarnos. Si es así como quieren relacionarse, si hemos de ser tan malos, seámoslo. Tratémonos por el puro interés, nada de hermandades. Eseñémosles cómo también sabemos sonreír con el puñal en la liga. Sólo negocios. El día en que me vaya no volveré a este continente más que como yupi de una multinacional explotadora.

¿A dónde está el orgullo, a dónde está el coraje?

No tenemos nada que hacer en Latinoamérica. Sólo negocios. Llevémonos todo el dinero que podamos a la chita callando, mientras se pueda, y olvidémonos de las actitudes de hermandad.

Colonizamos una vez y ahora colonizamos una segunda cuando nuestras empresas se expanden por las antiguas posesiones. Poseemos, disimuladamente. Sonreímos a todas las acusaciones y empleamos toda nuestra diplomacia para evitar el enfrentamiento mientras les chupamos la sangre.

Y en estas, nuestra masa social del mojito, el tequila y la caipirinha, profesa una pasión sanguínea mientras baila salsa y merengue. Y en unos anhelos de igualdad (no correspondidos dicho sea de paso) les juramos amor eterno mientras nos damos latigazos, si necesario, emulando una de nuestras más célebres fiestas nacionales.


Si somos unos superficiales: apasionados ingenuos, en el mejor de los casos; hipócritas ricos de los que sonríen con desdén desde las alturas, puestos a hacer un ejercicio de disecación sincera... Si hemos de ser, ¡seamos! Con todas las consecuencias.

Pero salgamos del armario de los tópicos. Seamos "los españoles". Seamos nuestra leyenda negra y el cuchillo de Mérimée. Que nos hierva la sangre. Hagamos todo lo que se nos presupone. ¡A la cara! ¿Dónde está ese carácter? ¿A dónde está el orgullo, a dónde está el coraje?

El ruedo de las equivocaciones y de la sangre

Bajemos al ruedo de las equivocaciones... pero también de la sangre.
El mundo latinoamericano que con tanta facilidad nos acusa y nos reprocha... mientras se mira en nuestro espejo. Me recuerda a un antiguo cuplé:

"Ya sé que vas diciendo que soy mala, que alma tengo negra, muy negra. Que soy interesada y pretenciosa, que de orgullosa no cabe más. Ya sé por qué de mí vas así hablando y es que el despecho te está matando... de no ver tu pasión correspondida. Y eso en la vida, lo has de lograr...."

Se nos acusa de superioridad, de soberbia. Y mientras, sonreímos con condescendencia.

El primer escalón de bajada es el de las generalizaciones.
El segundo, el de las valoraciones.
El tercero el la coherencia en todo tipo de conversaciones y argumentaciones.
Sin olvidar el de la estética, el de la belleza (que entre subjetiva e inexistente hay un trecho).
El de la autocrítica es un escalón bastante alto, de estos que desencajan la rodilla. Ése que nos hace dudar sobre nuestro modelo de vida, nuestra verdadera realización y concede el beneficio de la duda a otras expresiones.. y relajamientos. Ay siempre la duda que tanto nos engrandece y debilita.

Pues bien, bajemos la escalera en nuestro anhelo de igualdad (otro escalón de bajada) y enfrentemos cara a cara, sin tufos de superioridad paternalistas y condescendientes. Bajemos al ruedo de las equivocaciones... pero también de la sangre. Generalicemos, pues. Seamos un nosotros y un ustedes. Generalicemos a todo el mundo americano en falto de coherencia y de autocrítica. Valorémoslo en su justa superficialidad. En su despreciable desprecio hacia todo lo que intentan imitar. No se vistan a la europea, ni vengan a ver nuestras posesiones. No se hagan fotos al lado de nuestros castillos ni reliquias medievales. Para ser como nosotros, son otras actitudes las que priman.
En la búsqueda de la universalidad nos inventamos el relativismo... para no equivocarnos nunca. Lo que en realidad corresponde a unos valores supremos: el criterio y la rigurosidad. Algo de lo que están a años luz. En su todo vale y en su relajar de cualquier tipo de forma amparado en un felicidad. Falsa, pura careta de un mundo de apariencias e incompetencias.
Se nos acusa de superioridad. ¿Quieren igualdad? Ahí queda este ejercicio de sinceridad. Esto es lo que un europeo visceral como ustedes debería decirles a la cara cada vez que soporta su rechazo.

Y terminaba el clupé: "Agua que no has de beber, déjala correr. Déjala...déjala."